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Sobre el Arte 

Por Luis Galán Pérez 

    Alejándome de cualquier semejanza a los grandes estudiosos sobre el arte, aprovecho el sentido abstracto del significado del mismo y oso explicar con humildad mi percepción sobre él.

    En lo referente al toreo, no lo entiendo y ni siquiera lo concibo si en un capotazo no se desprende esa chispa especial que las retinas sensibles engullimos como ARTE. Son momentos que nacen y mueren en ese preciso instante y en ese elegido lugar. Luego, si queremos repetir las mismas sensaciones, no podremos hacerlo aún cuando lo visionemos en una pantalla una y otra vez. Aunque gracias a la técnica podamos ralentizar un natural, no olerá igual, ni sonará de igual manera. Porque... en el arte del toreo se unen los sentidos hasta percibir como ritual el encuentro de la vida y la muerte de forma bella y animal. A veces, incluso experimentamos poderes adivinatorios que nos inducen a temblar antes de que el muletazo se inicie, previniendo el desarrollo de lo que viene a continuación, produciéndose una catarsis que pocas, desgraciadamente, son las ocasiones en que se manifiesta. Ahí quería yo llegar, a la diferencia entre el toreo mecánico, la faena premeditada, los pases de repertorio en play back aderezados con olés de acento casi extranjero, y lo otro, la unión del arte y el toreo que tan escasamente se disfruta.

    Hace unos años, tuve la suerte de compartir unas horas con Rafael de Paula y casi al final de nuestra conversación (puedo jurar que Rafael habló bastante) me dijo que le sorprendía y agradaba hablar conmigo porque no le pronuncié la palabra "toro" en el transcurso de la velada. Y era cierto, estuvimos hablando de arte y con eso bastaba, y dejando que él hablase de toros casi al final de aquella noche, apostilló que no entendía como hay toreros que parecen jugar al tenis con la muleta, dando golpes al viento sin profundidad y sin transmitir ninguna sensación. De aquel comienzo comparativo, llegamos a la conclusión de que existían dos clases de toreos: el toreo del gladiador, que se enfrenta con valentía ante la fiera y lo mata, y el toreo de la pintura, que trata de convertir la plaza en un lienzo gigante para plasmar el instante que siente en ese momento y deja en la memoria el pase eterno, el que nunca acaba.

    Con Curro Romero, una mañana en Cádiz, tuve la suerte en pocos segundos de llevar la conversación hasta el concepto del arte y Don Francisco, encogiendo los ojos y sonriendo, me explicaba que ni él entendía cuando y porqué salía esa "cosita" que le diferenciaba. Hacía tiempo que yo no sentía el arte en el toreo, pero confieso que la pasada temporada en El Puerto, Julio Aparicio con el capote me erizó el vello, y eso sin duda alguna, fue arte en el toreo. A eso me refiero, a esos pases especiales en los que la magia envuelve a la plaza y el nerviosismo se apodera de los tendidos. ¿Orejas? Solo sirven para manchar las manos de sangre, como diría Curro. Y ya puestos, finalizo con una frase de Don Antonio Burgos: "La memoria es una paloma que lleva cartas al corazón" y hoy, mi corazón ha leído sobre el arte en el toreo. Arte a fin de cuentas.

[Las crónicas de Luis Galán Pérez se encuentran en la revista "Tercio de Varas"]

 

 

 

 

 

 

 

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