Manolo Montoliú

DIA 1 DE MAYO DE 1992 (TARDE)

    GLORIA Y TRAGEDIA CONSUMADA DE UN TORERO DE VALENCIA EN LA MAESTRANZA: UN TORO MATO EN EL RUEDO A MANOLO MONTOLIU

 
  • ORACIONES EN LA MISMA CAPILLA DONDE REZO PEPE-HILLO

  • A LAS TRES DE IA MADRUGADA LA ULTIMA OVACION RETUMBO EN LA PUERTA DEL PRINCIPE

FILIBERTO MIRA

Día 1 de mayo de 1992. Fecha histórica, trascendental. Serenidad debe ser la norma en cuantos estamos implicados en la familia taurina. Hemos de sacar consecuencias con el fin de lograr que la Fiesta perdure, se mantenga y continúe.

Un toro (anormal, ilógico, irracional) ha matado a un torero —partiéndole el corazón en dos mitades— verdaderamente fabuloso con los rehiletes en sus manos de artista extraordinario. Un toro —repito que anormal, ilógico e irracional— que fue picado (bueno, esto es un decir) desde un caballo también anormal, ilógico e irracional.

Un toro, se llamó «Cabatisto», estaba marcado con el número 27, pesó la desmesurada cantidad de 596 kilos. ¿Cuánto pesó el caballo desde el que no pudo castigarle lo suficiente ese coloso del arte de picar, que se llama Alfonso Barroso?

Ante todo tengo —en conciencia— el deber de proclamar que no puedo afirmar que hubiera relación de causa a efecto, entre la poquedad del peso del equino y lo abrupto del exagerado peso del morlaco. Hay casualidades que exigen meditación en profundidad y nadie podrá negar que resultó bien significativo que un toro de los Herederos de don Atanasio asesinara en la  plaza de Sevilla, partiéndole por mitad el corazón, a Manolo Montoliu (gran torero de Valencia que es tierra en la que los de plata o azabache son de oro), precisamente al colocar el primer par de banderillas que se clavaba tras la aprobación del nuevo Reglamento. ¡Ojalá —Dios lo permita— que la muerte de Montoliu sirva para que cuanto antes sea definitivamente enterrada la recién inaugurada Ley Taurina.

FELIZ NOVILLADA POR LA MAÑANA

En otras páginas de este mismo número cuento lo feliz que resultó la novillada que se celebró en la Maestranza el 1 de mayo de 1992. Quien estuvo a su lado me aseguró que Manolo Montoliu, al que sólo le restaban de vida media docena de horas, disfrutó muchisimo con el toreo que le admiró a Joaquín Diaz, Chiquilin y Chamaco.

En esta misma mañana Manolo Montoliu sacó la papeleta en el sorteo. En la papeleta del lote de Manzanares, a cuyas órdenes toreaba, el número de ese toro de los Herederos de don Atanasio.

Repito que a ese toro no lo pudo castigar —montado en un Jamelgo de tiempos prehistóricos— como se merecía, ese coloso del arte de picar que se llama Alfonso Barroso. 

Quede claro que no estoy ni siquiera insinuando que pueda haber responsabilidades directas o indirectas respecto a la muerte de Montoliu en los que han aprobado o alentado el nuevo Reglamento. Simplemente sugiero —estoy viendo toros desde 1940— que por razones de humanidad siempre válidas debe la nueva reglamentación, ser derogada cuanto antes.
Es rotundamente inhumano exigir legalmente caballos con peso de gambas para picar toros con volumen de elefantes, mastodontes o hipopótamos.

Aberrante el que la noche de antes se me dijera que los promotores del nuevo Regalmento lo que habían pretendido es llevar a las plazas el caballo que se emplea en el campo. El que tal dislate me dijo no tenia ni idea que el equido de las faenas camperas —el que se emplea para picar— está destinado a las becerras de tienta o como máximo a los utreros que se prueban para posibles sementales.

Un «tío» (toro grande y tan rabiosamente astifino, reitero rabiosamente astifino) no hubiera sido jamás —lo aseguro yo que piso hierbas— picado en un jamelgo como el que montó Barroso para castigar, sin conseguirlo, al «tiarrón» que asesinó a Montoliu. i Un atroz dislate el que los del nuevo Reglamento no hayan tenido en cuenta lo algo que saben los que son piqueros y los que visitan las tierras donde los toros se crian. Ya lo creo que el nuevo Reglamento debe ser enterrado cuanto antes, porque significa la reinstauración de una inhumana aberración. Una evidente barbarie. 

¡Qué disparate ordenar que los toros de los finales del siglo XX se piquen en jamelgos de los tiempos de Lagartijo y Frascuelo!

¡Qué ignorantes los que creen que el toreo de después de Belmente y Manolete puede hacerse con toracos de los años de Bombita y para colmo picados en caballos como los que se empleaban cuando Curro Cuchares se vestía de luces!

¡Qué satisfacción me produce el poderos decir que Manolo Montoliu, pocas horas antes de que un toro le partiera el corazón, disfrutó en la Maestranza (que para él seria la cruz en la que expiró) viendo torear con clase a Joaquín Diaz, con solemnidad a Chiquilin y con mucho valor al hijo de Chamaco!

Conste que la belleza de la suerte de picar jamás se recuperará exigiendo un caballo aberrante.

POCO DESPUES DE LAS SEIS Y MEDIA

Luz de Sevilla —única, inefable, indescriptible— a la hora del paseíllo.

Era el festejo decimocuarto de las abrileñas de 1992 y no el 13 (el número de las de abono es otra cuestión). Seis y media de la tarde.

Tres maestros (Manzanares, Capea y Ortega Cano) son los espadas. Entre los de las cuadrillas, abundando nombres de famosos, está Manolo Montoliu, que viste de verde y azabache, uno de ellos. Casi lleno el coso y los relumbres del sol convierten en patena de oro el albero de la de El Baratillo. Plaza de la Maestranza, la más bella del mundo hasta para morir en ella.

Y poco después de las seis y media un toro, en esa patena de oro —altar para un holocausto de gloria y tragedia— le partió el corazón a un torero de Valencia.

 

 

 

 

Parte facultativo: El parte médico oficial facilitado por el doctor Vila sobre la muerte de Montoliu, fue éste: «Herida inciso contusa en la base y cara interna del tórax derecho. Rompe las arterias suprahepáticas, rompiendo también la base del pulmón derecho y el pericardio atravesando el ventrículo derecho del corazón y la aurícula izquierda, rompiendo el lóbulo superior del pulmón izquierdo llegando hasta la base izquierda del cuello. Ingresó en la enfermería prácticamente cadáver, sin reflejos, sin respiración. Inmediatamente se procedió a abrir el tórax, a realizar maniobras de resucitación sin que se pudiera lograr en ningún momento la resucitación del paciente».

Antes de llegar, ya sin vida, a la enfermería, lo portaron en andas hasta la cima torera de la gloria eterna. Fueron sus costaleros —los vi con los ojos de mi alma de creyente— los Fabrilo, Granero, Morenito de Valencia. Estos con ideas claras de lo que significa morir en el ruedo. Me imagino que felicitaron a Montoliu por haber tenido la dicha de tener por mortaja arena de la plaza de Sevilla.

Otros paisanos suyos también le salieron al encuentro. Allí se encontró con Vicente Barrera, con Alfredo David, con El Sentencias, con Blanquet, con Paquito Honrubia, al que tanto admiró.

Los difuntos valencianos —toreros ellos— llenaron con luces de farolillos la caseta eterna de la gloria de los cielos mientras que en la noche de feria sevillana —duelo en una Maestranza convertida en capilla ardiente— el padre de Manolo, con entereza cristiana de recio picador de toros, recibía el pésame en el que todos éramos dolientes. Qué portento de empaque el del padre
de Manolo diciéndonos a todos: «El toreo es asi y le ha tocado a mi hijo». Esto se lo afirmó tanto a Espartaco como a un servidor.

¿QUE HIZO «CABASTITO»?

El tal toro de los Herederos de don Atanasio era un «tiarrón». Negro, altóte, más bien basto que fino, con fiereza de enterado en el fulgor de su espabilada mirada.

Monstruosa la exageración de su peso, pues le faltaron cuatro kilos para llegar a los seiscientos. ¡Toro anormal, ilógico, irracional y tremendamente astifino! ¿Verdad que es algo aberrante poner frente a un «tiarrón» como este, a un caballito con volumen de papel de fumar y tamaño similar al del famoso «Rocinante» que montaba Don Quijote?

 

  • EL PITON IZQUIERDO DE «CABASTITO» LE PARTIO POR LA MITAD EL CORAZON A UN BANDERILLERO DE TRONIO

  • EL NUEVO REGLAMENTO DEBE SER ENTERRADO CUANTO ANTES. SIGNIFICA LA REINSTAURACION DE UNA INHUMANA ABERRACION

Anoté textualmente en mi agenda de trabajo: «Primero, 596 kilos, bastote. Un tío. Formidable los lances del embraguetado Manzanares.

En la primera vara derriba a Barroso. Una barbaridad lo de los «nuevos caballos».

El toro —con viveza en el asestar la cornada— hiere al caballo (no anoté, pero lo indico ahora, que aprendió a herir. A los toros, cuando hieren, les incita el buscar más sangre). 

Si anoté que fueron muy aclamadas las ceñidas chicuelinas a manos bajas de Manzanares. 
¡Ojo! Si tengo anotado también —in situ y en directo— que por segunda vez el «tiarrón» de Atanasio derribó a Alfonso Barroso. No le vi al toro sangre en la pezuña y por eso escribí que —a mi entender que puede ser errático— el toro quedó poco picado. 

Se recreó —en banderillas— con exceso Montoliu e hizo la suerte por afán de hacer las cosas bien hechas, con demasía en la despaciosidad. Perdió una milésima de espacio en el momento del embroque (asi lo vi) y en ese instante, al desequilibrarse, le prendió el toro que ya conocia el olor de la sangre, por haber herido al escuálido caballo.

Cornalón terrible, aunque del cuerpo no le vi brotar su propia sangre, al clavar el primer par de banderillas. Sí vi el impresionante charco de sangre sobre la arena en terrenos del tendido siete. Sangre que manchaba el dorado de la arena y el rojo de esa segunda raya ahora dilatada por imperativos legales. ¡Otro atroz dislate del nuevo Reglamento!

Muy significativo —asi lo estimo— que la abundantísima sangre de Montoliu manchara esa segunda raya que señala otra de las aberraciones del nuevo Reglamento.

El toro, con el pitón izquierdo, el que le clavó a Montoliu hasta abrirle el corazón en dos hojas como si fuera un libro, en frase del doctor Vila, que en realidad lo único que pudo hacer es certificar el hecho de que era el aún caliente cadáver de Montoliu lo que entró en la enfermería.

Manzanares —sabiendo el estado gravísimo, pero ignorando la defunción de su peón de confianza— hizo una faena muy importante de torero valiente. Si, en el toro que mató a Montoliu destacó aún más el valor que el arte de Manzanares. Estoqueó de pinchazo y corta.

Se palpa el drama. El Capea aliña al manso segundo, cuando ya las lágrimas se enseñorean del ambiente. Lloran los de oro y los de plata y todos con nudos en los corazones.

Suben los espadas al palco presidencial. Abandona el coso S.A.R. la Condesa de Barcelona. La tragedia se ha consumado.

Escenas patéticas en la enfermería. Sobran todas las palabras. Se notifica que el resto de la corrida se suspende —se arria la bandera y toque de duelo en el clarín— por muerte de Montoliu.

Un toro en el ruedo de la Maestranza ha matado a un torero de plata, hoy vestido de azabache, con arte y corazón de oro. Sucedió el evento poco después de las seis y media de la tarde del 1 de mayo de 1992. A Manolo lo ha matado un toro en mayo, como a Pepe-Hillo, El Espartero, José El Gallo, Curro Puya, Pascual Márquez, Granero, Varelito..., éste —en 1992— última víctima hasta la de Manolo Montoliu (q.e.p.d.) en Sevilla.

Arrastrado el segundo toro salen al ruedo los picadores, unos de luces, los otros de paisano. Hay confusión en el público, pues aún no se había notificado oficialmente el fallecimiento de Montoliu. La presencia de los piqueros la motivó —según ellos— el justificar que la muerte del banderillero, causada por el primer toro que se lidiaba a tenor del nuevo Reglamento, les daba la razón.

No habrá justificaciones científicas de causa a efecto y más en ésto de los toros en los que abunda el misterio (esto algo que un minium conocemos los que mucho pisamos los campos y mucho ignoran los que «pontifican» desde despachos en urbes de aires poco limpios).

Ahora bien, existen coincidencias, incluso hasta macabras, en las que las evidencias se convierten en innegables realidades históricas. ¡Qué casualidad que matara el toro a Montoliu el dia del estreno del nuevo Reglamento y en Sevilla, que es indudablemente la tierra madre y maestra de la tauromaquia.

REZOS ANTE LA VIRGEN DE LA PIEDAD EN SU PASO

A la vera del coso maestrante está la Capilla del Baratillo. Sepan que el del Baratillo es el barrio de la plaza de toros de Sevilla. En esta pequeña iglesia, la Virgen de la Piedad que tiene en su regazo al yacente Cristo de la Misericordia.

Aún la Virgen —sale la cofradía el Miércoles Santo— en su paso. Solemos hacer la acción de gracias al término de cada corrida en esta pequeña Capilla. Cuentan que también se abría las tardes de toros este diminuto templo, cuando toreaba Pepe-Hillo, cofrade de La Piedad, y a la que se encomendaba al ir hacia la plaza. Momentos después de la muerte de Montoliu, vi a muchos devotos haciendo oración en la misma Capilla donde rezó PepeHillo.

La capilla ardiente se instaló en la misma Maestranza. A las tres de la madrugada el cadáver de Montoliu —en el más edificante silencio que recuerdo en la plenitud de una tétrica madrugada— hizo el paseíllo sobre el amarillo albero y salió en hombros —hacia Valencia— por la Puerta del Príncipe. ¡Descanse en paz!

Aplausos, 4 mayo de 1.992

 

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